El problema con el “fast fashion” radica en que, en la mayoría de los casos, para obtener una producción económica, las prendas se confeccionan en países como la India, China, Pakistán… Es, justamente, la moda de Occidente que se cose en Oriente, países donde las condiciones laborales son denigrantes, se pagan unos salarios indignos y totalmente insuficientes a los trabajadores, sin un seguro social ni nada que los proteja.
Por otra parte, estas empresas textiles no están en absoluto concienciadas sobre un uso eficiente de los recursos. De modo que el uso de las materias primas y otros materiales que seleccionan acelera el consumo de recursos, aumenta el impacto medioambiental y genera residuos sin ningún control sobre su destrucción. Conviene saber que el 20% de los vertidos tóxicos al medio ambiente proviene de la industria textil y que para fabricar una simple camiseta de algodón se necesitan 2.700 litros de agua.
La alternativa «slow»
Todas estas razones son más que suficientes para decantarnos por la “slow fashion”, que busca reunir una serie de aspectos que la hacen deseable y mucho más responsable que la “fast fashion”, algunos de los cuales son:
- Rechazo a la moda producida en cantidades supra industriales
- Apoyo a los productos artesanales de ámbito local y al comercio justo
- Fomento al reciclado y la reutilización
- Fomento del uso de materiales ecológicos y producción ética
- Fomentar la compra de moda de manera inteligente, reduciendo la compra compulsiva y promoviendo la adquisición de prendas clásicas y de calidad que duren más de una temporada
A veces es difícil poder cumplir todos estos puntos. Con todo, si somos conscientes de lo que representa la “slow fashion” y de los perjuicios que genera la “fast fashion” será mucho más fácil que nuestros hábitos de compra de moda sean reflejo de nuestra actitud responsable y ética.
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