Al parecer, hablar de sostenibilidad es tendencia. Pero no acabamos de darnos cuenta de que, esta vez, es una necesidad o nos quedaremos sin planeta. Por lo tanto, esto es aplicable a todos los ámbitos sin excepción. Y si en alguno de ellos es más crucial que en otros, es en el sector de la moda. Una de las industrias más contaminantes a nivel mundial. Por eso, ser sostenible y no morir en el intento es todo un desafío.

Sostenibilidad y moda

Todo el mundo se llena la boca hablando de la sostenibilidad. Los primeros, las grandes marcas de ropa («grandes» porque producen masivamente, no porque tengan grandes valores). Estas multinacionales producen en el sudeste asiático o en otras localizaciones donde la mano de obra es muy barata, sinónimo de pésimas condiciones de trabajo y sueldos ínfimos. Es posible que algunas de estas multinacionales realmente estén realizando acciones en clave de sostenibilidad, pero en muchos casos es un simple “green washing”. Es decir, campañas de comunicación para hacernos creer que cada vez son más sostenibles y así no perder ventas de aquellos convencidos de la sostenibilidad como valor primordial.

Detrás de estas marcas, casi invisibles, estamos los pequeños artesanos, que también queremos subirnos al carro de la sostenibilidad. Y aquí es donde entran todos los conceptos que ya empiezan a sonar: tejidos veganos, reciclaje de tejidos, trabajar con proveedores locales (“Km. 0”)… Todo esto es muy bonito e inspirador. Pero ni todo el mundo puede aplicarlo todo ni tenemos un control absoluto sobre la procedencia de algunos materiales.

¿Hasta cuándo seguiremos consumiendo con esta obsesión depredadora?

Por otro lado, todos somos consumidores en algún momento y cuando vamos a comprar moda o accesorios, es posible que tengamos in mente intentar comprar productos sostenibles. Sin embargo, a la hora de pagar, es cuando la mayoría da media vuelta y entra en el supermercado de turno donde todo es mucho más barato. O bien en la tienda de ropa que en época de rebajas (o ya incluso fuera de rebajas) hace hasta un 70% de descuento y aún gana dinero. ¿Qué artesano es capaz de ofrecer un descuento así? Y, piénsalo: si lo ofrece, eso quiere decir que el resto del tiempo nos está cobrando un precio muy por encima de lo que vale lo que hace.

La conclusión no sería que no vale la pena trabajar en clave de sostenibilidad. Como siempre, que lo que hace falta es educar, pero ya sabemos que esto es una carrera de fondo y supone muchos recursos, paciencia y perseverancia.

Empezar por entender que no es necesario comprar ropa cada vez que sale una nueva colección. O que cada vez que hay un Black Friday (absurda carrera de descuentos) nos tengamos que echar de cabeza a comprar tanto si necesitamos aquello como si no, solo porque tiene un precio de derribo. Y continuar por entender que el artesano local ofrece productos singulares, hechos a mano, a menudo personalizables. Que cuida la procedencia de los materiales, tratando de que provengan de otros proveedores cercanos. Que es una forma de fomentar los puestos de trabajo locales y evitar al mismo tiempo la huella de CO2 . Y, obviamente, esto tiene un coste.

Una sostenibilidad sin trazabilidad

La trazabilidad de las materias primas y componentes utilizados en los procesos de producción es una tarea casi imposible para los artesanos. Las marcas artesanas comprometidas con la sostenibilidad, aunque nos esforzamos, tampoco tenemos la garantía absoluta de que aquello con lo que nos proveemos para realizar nuestras creaciones no venga de China u otro país donde se haya producido sin ética y sin el menor respeto por el medio ambiente. Nos imponemos una forma de pensar y de proceder que muchas veces implica tener unos costes de producción elevados y unos márgenes reducidos. Eso sí, tenemos la conciencia bastante tranquila al saber que somos coherentes entre lo que decimos y lo que hacemos. Ahora solo falta que la sociedad, como ente consumidor, lo entienda, lo valore y juegue al mismo juego.