Imagina que estás en una terraza frente al mar, disfrutando de tu bebida favorita en un caluroso día de verano y sin nada más en tu mente que el horizonte.  Esa sensación, además de un trasfondo social y ecológico, es lo que busca la llamada “slow fashion”: ser capaz de disfrutar de cada prenda. Disfrutarla desde su concepción en el diseño, la selección de las telas, la confección manual de todas las piezas, hasta llegar al usuario final, que reconoce una prenda hecha con mimo y pensada para durar más de una temporada.

¿Quién dijo “slow fashion”?

El término “slow fashion” fue acuñado en 2007 por Kate Fletcher y representa el contrapunto a la “fast fashion” o moda rápida o industrializada. Dicho movimiento adquirió notoriedad e hizo reflexionar a la gente sobre el lugar de donde vienen las prendas que compramos. Contribuyó a esto la tragedia de 2013 en el edificio Rana Plaza en Bangladesh, en la que murieron al menos 1.127 personas y otras 2.437 resultaron heridas al derrumbarse una fábrica que confeccionaba prendas para multinacionales de moda de bajo coste y que no cumplía las normas básicas de seguridad.

Vivimos en una sociedad donde la inmediatez y el consumismo son nuestro día a día, y, por supuesto, la moda no es ajena a ello. La consecuencia es un consumo indiscriminado de ropa, impulsado por grandes cadenas de “fast fashion” donde la moda cambia de semana en semana.

Pocos se paran a pensar si los materiales y la forma en que se han confeccionado las prendas que llevan, o que van a comprar, solo porque son baratas, han tenido en cuenta, en su proceso de fabricación, los más mínimos estándares de calidad, no tan solo sobre el propio producto sino con respecto a las personas que están detrás de cada uno de esos procesos. La moda rápida poco o nada tiene en cuenta ni criterios de sostenibilidad ni éticos.

Consumir frente a disfrutar

La moda está perdiendo a pasos agigantados su carácter de disfrute para el usuario, pues antes probarse ropa y comprar consistía casi en un ritual de deleite para la mente y el cuerpo. Ahora se ha convertido en una forma más de estrés, agobiados por vestir las últimas tendencias, ser el primero en llevar lo más nuevo…

Cuántos de nosotros nos hemos encontrado en la siguiente situación: vemos en el lineal una prenda con un precio de derribo y la acabamos comprando aunque en el armario tengamos veinte más similares, porque nuestro pensamiento es “cómo no me lo voy a quedar por ese precio”, o bien “por ese precio, aunque me dure una temporada, no importa”.  Esto es lo que se está fomentado con la “fast fashion”, y no nos paramos a pensar en quién está pagando el verdadero precio de la moda que consumimos.